jueves, 14 de abril de 2011

Redes (o cuando la conexión es un juego del diablo)

A ver, vamos a ver, que yo me entere. ¿Todavía seguimos así? ¿No os habéis dado cuenta de que ya empieza el baile de promoción en los desfiles? ¿No os enteráis todavía de que hay muchas páginas donde podrás encontrar a la rana que besar para que luego, por misterios de la magia que aún no he podido desentrañar, se convierta en príncipe? Venga chicos, que hay que ponerse las mejores galas! Anyway, si después de todo este discurso barato, sigues pensando que las ranas - príncipes sólo existen en los cuentos de niños pequeños (y casi ya ni eso), este es tu lugar, bienvenido de nuevo, oh, querido cazador de hombres soltero. Tú, que buscas un lobo con piel de cordero o, lo que es mejor todavía, otra criatura de la noche con la que hacer experimentos, entra y ponte cómodo, porque chico, la reunión de S.O.M.G (Solteros Obsesionados con Manadas de Gatos) está a punto de comenzar. En este punto, hablaremos de las redes sociales, esas cosas tan bonitas, tan chulas, tan hiperchachiguays que nos conectan con todo el mundo. Porque, ¿quién dijo que estar expuesto no podía ser una actitud arriesgada?. Ale, comencemos:

1. Facebook: La madre de todas las franquicias. Es increíble como este aparatito, esa pantalla del ordenador nos ha ocupado la vida. Te da datos de gente a la que no conoces (y querrías conocer), te permite hacer un barrido por las fotos de tíos que están más buenos que comer con las manos y después rechupetearte los dedos (y seguir chupando y chupando, viciosillos), no sé, una cantidad de cosas que nos alegran la vida. Pero, ay querid@s míos. Esta herramienta tiene sus lados oscuros, qué se yo, tú imagínate que un día empiezas a mirar perfiles, porque te aburres, no es porque tú estés obsesionado, que va que va. Sigues mirando y ¡zasca!, ¿con qué te encuentras? Con tu ex, poniendo cara melosa, y en un alarde de originalidad del destino, te das cuenta de que el Muro lo tiene abierto, pero tú no quieres mirar, tú no quieres mirar, tú no quieres mirar, ale, ya has mirado, y lo que te encuentras es mensajes de amor eterno, links de canciones dedicadas, un sin fin de momentos inolvidables que se te grabarán en la retina. Porque ser un ser irracional no tiene precio, para todo lo demás Facebook te ayuda con los trastornos.

2. Badoo: Miles de perfiles, miles de personas conectadas a la busca y captura de un hombre, mujer, hermafrodita, dios, que aparezca en sus vidas. Y como soy adicto a los perfiles, yo estoy allí metido, tan tranquilo, tan metidito debajo de mis mantas, observando la gente de mi propia ciudad que está conectada. Paso el rato. Y según me abro la cuenta, ya tengo mensajes a gogo, mensajes de tíos que "me quieren conocer de arriba abajo", que "me quieren hacer lo que no me han hecho nunca" (¿bailarme una jota haciendo el pito y recitándola al revés?), que "te he visto en la foto y me he enamorado de ti, quieres salir conmigo?". Oye, cuánto interés ¿no? Casi que me sube la autoestima. A ver cómo son los chicos, ay, qué emoción, que emoción. Un momento, aquí hay algo que anda mal. Sí tú en tu nombre has puesto "GuapoBilbao" ¿por qué pareces recién salido del caldero de una bruja?; y si pones "Busco una amistad con un chico" ¿por qué me acabas de decir que tienes pareja pero que quieres probar con un hombre? Está bien que los cuentos de hadas sean una invención, pero chico, ¿hacía falta darme tan de lleno con la realidad?

3. Gaydar: El tiempo que pasas viendo perfiles es inversamente proporcional al de gente interesante que encontrarás. Esta es una máxima que tendría que estar al nivel de la "teoría de la relatividad", por poner un ejemplo. Abres la cuenta, y de repente, !un mensaje! ¡me han mandado un mensaje! A ver qué chico tan mono se ha interesado en mandarme un mensaje, ay que nervios, que nerv.... un momento, ¿por qué me aparece la foto de una polla?, ¿y por qué estoy leyendo "me gustaría llenarte el culo de leche?, voy a cerrar y a volver a abrirlo porque me he tenido que confundir, ay no no, que es verdad, que ahí sigue la foto y el mensaje, ¿será que no ha quedado claro en mi perfil que no hablo con pitos?

Está claro, somos seres sociales. Una multitud de neuronas que se conectan entre sí, que hacen sinapsis, que mantenemos conversaciones, que conocemos a gente, que desechamos a gente (la regla de los amigos en los dedos de una mano es bien cierta en algunos casos), y que nos damos con un canto en los diente cuando te das cuenta de que "de donde no hay no se puede sacar". Los perfiles y las redes sociales pueden ayudar o dificultar más esa relación a la que todos estamos expuestos, así que, por favor, preocupémonos más de atender a lo que dice el otro y menos de pensar en lo que nos aprieta el pantalón mientras estamos sentados. Que no sea cierto aquello de "el sentido común es el menos común de los sentidos". Y si todo esto no basta, marcar la "x" en la ventana, siempre ha evitado males mayores.

lunes, 4 de abril de 2011

Llamadas (o el arte de hacer la espantada)

"Te llamo luego, y quedamos". Es una gran frase, es una de esas frases llenas de palabras que, cuando las escuchas, te hacen pensar: oye, que le intereso y todo, que parece que esta vez sí que sí. Es uno de esos momentos en los que sólo te quedan dos opciones: o estás pendiente del móvil a que suene la llamada de la personas que esperas, o haces tus planes porque, siendo sinceros con nosotros mismos, puede que nunca suene o que, si lo hace, es para anular la cita. El caso es que por mucho que nos pase una y otra vez, al final seguimos cayendo en la misma piedra, pensando que si nos han dicho que nos van a llamar (oh, ingenuos ingenuos), lo harán de un momento a otro. Pero, ¿qué sucede cuando eso no es así? ¿Qué pasa cuando te has pasado toda una tarde esperando a la llamada? Y, ¿qué sucede cuando no contentos con no haber recibido la llamada, somos nosotros los que llamamos para averiguar qué es lo que ha pasado? Aquí van algunas opciones:

1. Yo te llamo, y tú...: Quedas con alguien, esperas la llamada, vas haciendo tiempo, haces más tiempo, al final acabas por hartarte de esperar, le llamas, él no te coge el teléfono, te vas a la cama sin haber recibido la llamada que esperabas, y encima te sientes gilipollas porque alguien ha decidido, en un arranque de originalidad, darte plantón. ¿El resultado? Al día siguiente te da por pedir a esa persona explicaciones, y, sin agachar las orejas, van y te dicen que no te columpies, que no eres quien para pedir explicaciones, que no eres su pareja... y ¿cuál debería ser tu reacción? La que sigue: No soy tu pareja, no te pido explicaciones como tu pareja, sino como una simple persona que tiene muchísima más dignidad que tú... ahí es nada.

2. ¿Para qué hablar si al final...?: Los seres humanos somos animales de costumbres (sí, habéis leído bien, animales, porque aunque no estemos a cuatro patas como los perros o los gatos, muchas veces nos comportamos mucho peor que ellos). Y muchas veces, sin poder evitarlo, decimos cosas que sabemos que no vamos a cumplir. Lo que no somos capaces de plantearnos es que esas acciones tienen sus consecuencias. Hay personas que ante frases del estilo: "te llamo luego" o "me encantas", tienden a contestar, y aquí es donde está el quid de la cuestión. ¿Quién nos ha enseñado a tener que aguantar los caprichos de otra persona? Por mi parte lo tengo claro, y cada vez que alguien me dice reiteradamente esas frases que luego no cumple, acabo por responder como lo hace una amiga: "¿Para qué me dices eso si luego no lo haces? Ale, que duermas estupendamente ;-)" (el guiño es importante, siempre lo ha sido)

3. La siguiente cita inexistente: Todos tenemos una primera cita. Puede salir bien o puede salir mal. Quién sabe. Lo importante es tener claro que si no ha salido bien, no hay por qué volver a quedar. Y que si ha salido bien, las ganas por ver a esa persona nos harán acercarnos a la segunda cita. Por eso nos planteamos, ¿si me has dicho que a ver cuando quedamos la próxima vez, no hemos vuelto a saber nada el uno del otro? No me considero una persona perfecta, ni siquiera una persona fácil de entender, pero al menos me considero una persona coherente (o eso) y si no me apetece quedar, acabamos la cita con dos besos y listo, seguiremos hablando, pero los dos sabemos que tú y yo no hemos congeniado (por las razones que sea). Lo que no me parece de recibo es que alguien, cuando se despide te diga: "estaba muy cansado, lo siento, la próxima vez te invito a una birra" y horas después te diga: "pues me he parado al final a tomar una birra con un amigo". Me gusta la sinceridad, pero eso amigo, querido, cariño, bo-ni-to, eso sólo tiene un nombre: tocar los cojones.

Me encanta la comunicación humana, siempre lo ha hecho. Poder unir planteamientos, ideas, no sé, un montón de sujetos, predicados, frases subordinadas, o simplemente interjecciones u onomatopeyas en las mejores situaciones. Lo que no me ha gustado nunca es la facilidad con la que algunas personas utilizan el lenguaje para crear expectativas sobre otras personas. ¿Para qué añadir palabras cuando lo mejor que puede pasar entre los dos es un silencio? ¿Acaso tenemos miedo a que no sentir que congeniamos con alguien signifique que ya hemos hecho algo mal? Cuando dos personas se conocen, cuando dos personas se ven y hablan durante una tarde, y se dan cuenta de que no, que hay algo que no funciona como tiene que funcionar, lo más fácil es decir que no, que no ha habido química, no poner la fecha para una próxima cita. Porque no hay nada peor que mentir a una persona y luego dártelas de que no sabías en dónde tenías la cabeza. Y lo sé por experiencia propia, porque como ya he dicho antes, somos infalibles a la hora de tropezar en la misma piedra más de una vez.