lunes, 4 de abril de 2011

Llamadas (o el arte de hacer la espantada)

"Te llamo luego, y quedamos". Es una gran frase, es una de esas frases llenas de palabras que, cuando las escuchas, te hacen pensar: oye, que le intereso y todo, que parece que esta vez sí que sí. Es uno de esos momentos en los que sólo te quedan dos opciones: o estás pendiente del móvil a que suene la llamada de la personas que esperas, o haces tus planes porque, siendo sinceros con nosotros mismos, puede que nunca suene o que, si lo hace, es para anular la cita. El caso es que por mucho que nos pase una y otra vez, al final seguimos cayendo en la misma piedra, pensando que si nos han dicho que nos van a llamar (oh, ingenuos ingenuos), lo harán de un momento a otro. Pero, ¿qué sucede cuando eso no es así? ¿Qué pasa cuando te has pasado toda una tarde esperando a la llamada? Y, ¿qué sucede cuando no contentos con no haber recibido la llamada, somos nosotros los que llamamos para averiguar qué es lo que ha pasado? Aquí van algunas opciones:

1. Yo te llamo, y tú...: Quedas con alguien, esperas la llamada, vas haciendo tiempo, haces más tiempo, al final acabas por hartarte de esperar, le llamas, él no te coge el teléfono, te vas a la cama sin haber recibido la llamada que esperabas, y encima te sientes gilipollas porque alguien ha decidido, en un arranque de originalidad, darte plantón. ¿El resultado? Al día siguiente te da por pedir a esa persona explicaciones, y, sin agachar las orejas, van y te dicen que no te columpies, que no eres quien para pedir explicaciones, que no eres su pareja... y ¿cuál debería ser tu reacción? La que sigue: No soy tu pareja, no te pido explicaciones como tu pareja, sino como una simple persona que tiene muchísima más dignidad que tú... ahí es nada.

2. ¿Para qué hablar si al final...?: Los seres humanos somos animales de costumbres (sí, habéis leído bien, animales, porque aunque no estemos a cuatro patas como los perros o los gatos, muchas veces nos comportamos mucho peor que ellos). Y muchas veces, sin poder evitarlo, decimos cosas que sabemos que no vamos a cumplir. Lo que no somos capaces de plantearnos es que esas acciones tienen sus consecuencias. Hay personas que ante frases del estilo: "te llamo luego" o "me encantas", tienden a contestar, y aquí es donde está el quid de la cuestión. ¿Quién nos ha enseñado a tener que aguantar los caprichos de otra persona? Por mi parte lo tengo claro, y cada vez que alguien me dice reiteradamente esas frases que luego no cumple, acabo por responder como lo hace una amiga: "¿Para qué me dices eso si luego no lo haces? Ale, que duermas estupendamente ;-)" (el guiño es importante, siempre lo ha sido)

3. La siguiente cita inexistente: Todos tenemos una primera cita. Puede salir bien o puede salir mal. Quién sabe. Lo importante es tener claro que si no ha salido bien, no hay por qué volver a quedar. Y que si ha salido bien, las ganas por ver a esa persona nos harán acercarnos a la segunda cita. Por eso nos planteamos, ¿si me has dicho que a ver cuando quedamos la próxima vez, no hemos vuelto a saber nada el uno del otro? No me considero una persona perfecta, ni siquiera una persona fácil de entender, pero al menos me considero una persona coherente (o eso) y si no me apetece quedar, acabamos la cita con dos besos y listo, seguiremos hablando, pero los dos sabemos que tú y yo no hemos congeniado (por las razones que sea). Lo que no me parece de recibo es que alguien, cuando se despide te diga: "estaba muy cansado, lo siento, la próxima vez te invito a una birra" y horas después te diga: "pues me he parado al final a tomar una birra con un amigo". Me gusta la sinceridad, pero eso amigo, querido, cariño, bo-ni-to, eso sólo tiene un nombre: tocar los cojones.

Me encanta la comunicación humana, siempre lo ha hecho. Poder unir planteamientos, ideas, no sé, un montón de sujetos, predicados, frases subordinadas, o simplemente interjecciones u onomatopeyas en las mejores situaciones. Lo que no me ha gustado nunca es la facilidad con la que algunas personas utilizan el lenguaje para crear expectativas sobre otras personas. ¿Para qué añadir palabras cuando lo mejor que puede pasar entre los dos es un silencio? ¿Acaso tenemos miedo a que no sentir que congeniamos con alguien signifique que ya hemos hecho algo mal? Cuando dos personas se conocen, cuando dos personas se ven y hablan durante una tarde, y se dan cuenta de que no, que hay algo que no funciona como tiene que funcionar, lo más fácil es decir que no, que no ha habido química, no poner la fecha para una próxima cita. Porque no hay nada peor que mentir a una persona y luego dártelas de que no sabías en dónde tenías la cabeza. Y lo sé por experiencia propia, porque como ya he dicho antes, somos infalibles a la hora de tropezar en la misma piedra más de una vez.

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