jueves, 26 de enero de 2012

Posesiones (o los miedos que empiezan y acaban)

Tenemos un trabajo (afortunados nosotros). Tenemos amigos (afortunados ellos). Tenemos vida social (afortunado el vecino de arriba) y tenemos una casa (afortunados tú, ellos, y el vecino de arriba). Entonces, ¿por qué cuesta tanto elegir bien, descartar la morralla, y dar con la persona adecuada con la que compartiremos momentos (olvidables o inolvidables, eso qué más da)? Resulta que cuando somos pequeños nos meten por los ojos que tenemos que tener pareja que salimos de la sala del cine pensando: "oye, que a ver si esto del amor todavía va a ser beneficioso para la salud y todo". Pero, ay cuando nos hacemos mayores, nos damos cuenta de que todo esto del amor es muy bonito, pero que, por arte de no sé sabe muy bien qué mago cabrón, a veces hace falta vivir en una realidad paralela para entender a la gente. Que si te quiero pero no quiero seguir contigo, que si no eres tú soy yo, y el bla bla bla, que me habéis leído en mis anteriores actualizaciones. Pero, aquí va la pregunta, ¿qué pasa cuando eso no es así? ¿Qué sucede cuando encuentras a una persona y las cosas van bien? ¿Nos conformamos, somos felices, nos atrevemos a caer de lleno en esa historia? Las respuestas y las reacciones, a continuación: 

1. Miedo a ser feliz: Nos empeñamos en que algo tiene que salir mal, nos comportamos como si pendiéramos de un hilo tan fino que la simple respiración fuera a apagar una llama que lleva encendida desde el primer día que os visteis. El amor puede doler mucho más que un mazazo en la cabeza, pero, ¿si no hay indicios de que haya un brazo que quiera arrancárnosla, por qué nos comportamos como si fuéramos nosotros quienes diéramos el martillo para que nos atizaran con él? 

2. La desconfianza de los malos hábitos: No es infrecuente que, cuando nos han puesto los cuernos (yo todavía me los tengo limar de vez en cuando para que no rocen el techo) tengamos los ojos puestos en esas pequeñas faltas. Pero, ¿no es más fácil respetar el espacio de la otra persona? ¿Será que es más conveniente estar con la escopeta cargada día sí y día también? Hay personas que no saben reconocer los errores, cierto. Te engañan, te miran con ojos de saberlo todo, y te niegan algo que es demasiado evidente, pero, afortunadamente, no todo el mundo es así. Si no, a este paso, yo hubiera clavado mis cuernos a más de uno y me hubiera quedado más ancho que largo. 

3. Amarrarnos a los clavos ardiendo: Estar en pareja es sano. Te ayuda a tomar con otra perspectiva ciertas funciones (sociales o no) que implica vivir en sociedad. Pero lo que no podemos permitirnos es elevar el estar en pareja a la enésima potencia de lo que es la vida perfecta. Tan bueno es estar en pareja, como saber estar solo de vez en cuando. Porque, aunque trillado por libros de autoayuda a más no poder, ¿cómo vas a poder estar bien con alguien si no estás bien contigo mismo? 

Lo que no te mata, te hace más fuerte. Es algo sencillo, algo incluso tan obvio que, a veces, no nos paramos a pensar que es tan cierto como que necesitamos aire para respirar. Es algo automático. De las relaciones fallidas, se sale. De las relaciones catastróficas que nos reniegan al más puro fondo del fango, se sale todavía más. Y de las relaciones que suponen un aprendizaje para no equivocarte la próxima vez en lo mismo, no sólo se sale, sino que además, se aprende. Por eso, si en algún momento os queréis dar de cabezazos contra las paredes, recordad que, a veces, es mejor esperar que no tiraos de cabeza a un precipicio que, por mucho que lo neguéis, tiene sólo una salida: muerte por impacto. 

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