miércoles, 25 de enero de 2012

Trampas (o las excusas del imbécil redomado)

Me he recuperado. Así, milagrosamente. Pero no sé qué es peor amigos míos. Porque cuando vuelvo con fuerzas renovadas, me sale la marica mala (light, todo hay que decirlo) que llevo dentro y se me junta con los últimos coletazos de la mala leche anterior (a puntito de convertirse en cuajada de la rica rica). Así que, sin extenderme mucho, sin escribir esos párrafos tan largos que me caracterizan, voy a ir al grano. Las excusas, esas invenciones propias de libros de ciencia ficción que, por A o por B, nos hemos encontrado alguna vez en nuestra vida, esas que utilizan (o utilizamos) a veces, que en nuestra cabeza suenan bien, casi como si estuvieran programadas para funcionar pero que, no nos engañemos, no hay quien se trague mucho más allá de la campanilla. Ahí van: 

1. Me quieres más que yo a ti: Rectifiquemos: no se trata de cantidad, simplemente es que ya no me quieres. No es tan difícil de decir, y sin embargo, ¿por qué te cuesta tanto alma de cántaro? Si no me quieres y has decidido por tu cuenta no estar conmigo, échale huevos y dilo sin rodeos: lo quiero dejar. 

2. Quiero pensar un tiempo en mí: ¿Y qué problema hay para que lo hagas cuando estás conmigo? ¿Será que yo no te dejo concentrarte? ¿Será que necesitas tiempo para estar tú solo cuando te doy todo el que quieras? ¿Será que...? Ah no, espera, ¿que es lo que estás mirando en la pantalla del ordenador? Ah, que es una página de contactos... pasemos a otra cosa. 

3. Aunque lo parezca, no es lo que piensas: Si lo único que me ha faltado es verte metiéndosela a la persona que tienes en la cama, y que no soy yo, ¿por qué no haces un examen de retórica para poder dar clases como Doctor Honoris Causa?

4. Tenía miedo de que me dejaras: Ah, y por eso me has tratado como si fuera un desconocido el último mes, por eso cuando te decía que vinieras tú te quedabas en casa, por eso preferías irte con tus amigos y pasar olímpicamente de los míos, y por eso, ahora lo tiendo, me mirabas el móvil en cualquier momento que yo me despistaba... claaaaaaro. 

En definitiva, que la gente habla, pero habla tanto que, a veces, no se dan cuenta de que la persona que tiene en frente no es tan idiota como para creerse semejantes tonterías. Así que, amigos, yo os digo una cosa: coged unos buenos tapones para los oídos, dejad que hablen, y al final, cuando acaben el discurso sin sentido, siempre tenéis que decir lo mismo: Adios. 

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