jueves, 5 de agosto de 2010

Acción (o cómo echarle cojones al asunto)

Odio a Jorge Bucay. Sus libros me parecen lo mismo que esa perla que editó hace tiempo Ana Botella titulada Cuentos clásicos, es decir, un sopor. Hecha esta matización, sólo hubo una cosa que aprendí de ellos: que la acción es importante. Por eso, y de ahí que haga esta actualización express, hoy me he decidido a ello. Hace tiempo que no me acerco a los hombres (pura cuestión de pereza, quizá cierta altivez, o simplemente una inseguridad afianzada con los años). Anyway, el caso es que siempre observaba desde la barrera correr a los toros o, por utilizar un símil que no tenga tanta trascendencia visto como están las cosas con el tema, siempre esperaba que un quiebro del destino (voy a llorar de lo poético que soy a veces, aysss) me acercara al chico que me gustaba.

El escenario: una terraza en un bar cualquiera (no os doy más datos porque vosotros sino todo lo queréis saber, y al final me quitáis al chulo que he visto, y yo no comparto esas cosas malditos). Un bolígrafo, una servilleta, y un mensaje como los que escribíamos a escondidas cuando éramos adolescentes (o no tan adolescentes, porque aquí donde me veis yo he encarnado hoy el más puro estilo teenager, o lo que viene siendo lo mismo, un comportamiento absurdo pero, precisamente por eso, más sincero) y el chico que nos gustaba nos hacía tilín, tolón, o tolón y talán. Normalmente no me presto a dichos menesteres (mi profesora de Literatura estaría contenta de que escribiera estas palabras, con lo que ella era dada al castellano antiguo, qué recuerdos), pero cuando una persona te mira directamente sin apartar la vista, se acerca para retirarte las bebidas y empieza a darte una coba surrealista, o incluso cuando le vas a pedir el bolígrafo (el arma del delito señores y señoras) con el que escribirás el mensaje te sigue dando la misma coba que hacía diez minutos, pues uno se pone a pensar y dice: a ver si a este le va lo mismo que a mí...

Escrito el mensaje, entregado, y saliendo por patas (porque prestos a ser adolescentes, el momento huida con vergüenza estaba obligado), uno piensa que ahora sólo queda esperar porque, como decía en uno de sus libros mi odiado Bucay, la libertad en la acción es la más arriesgada de las aventuras.

No hay comentarios:

Publicar un comentario